Un grupo de talentosos hombres y mujeres se reúnen cada lunes en una espaciosa aula de la Sede del Atlántico de la Universidad de Costa Rica (UCR), donde rodeados por la naturaleza y el canto de las aves, dedican varias horas de la tarde a la elaboración de trabajo manuales.
Entre la creación de muñecas de tela, piezas de barro, pinturas, bisutería o el tallado de madera, entre otras actividades, los asistentes comparten experiencias, conocimiento y fortalecen el vínculo de amistad que distingue a este proyecto de extensión cultural denominado “Etapa Básica de Artes y Oficios”.
La iniciativa surgió en el año 2006, cuando la Sede estableció una alianza con el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) para consolidar la implementación de un curso de alfarería abierto a las personas de la comunidad de Turrialba y sus alrededores.
Al finalizar el proceso de formación, algunas de los participantes se mantuvieron vinculadas a la Universidad y se convirtieron en multiplicadoras del conocimiento que habían adquirido, desde un espacio que pronto se denominó “Grupo de Artesanos de Turrialba”.
Según Kenneth Carvajal, antropólogo social y coordinador actual del proyecto, la iniciativa sumó rápidamente una mayor participación de personas de la comunidad y un año más tarde, dio lugar a la incorporación de otras expresiones de manualidades y arte popular.
A lo largo de 12 años de existencia, la Universidad ha facilitado a los participantes cursos y conferencias para mejorar sus talentos y ha propiciado iniciativas de proyección para su trabajo, pero sobretodo, se ha convertido en espacio transformador de vidas.
“Se busca que tengan un mejoramiento de su calidad de vida y eso no tiene que ver sólo con vender, sino con el disfrute de las actividades y este proyecto potencia estas áreas de manera integral”, afirmó Carvajal.
El grupo actual suma alrededor de 30 personas, entre profesionales pensionados, amas de casa, adultos mayores y jóvenes que han superado graves problemas de salud. La diversidad de los integrantes origina la riqueza del ambiente, donde los asistentes afirman sentirse en familia.
Alicia Rodríguez Martínez es ama de casa, tiene 59 años y desde hace seis, forma parte de este grupo, donde asegura que ha aprendido a perfeccionar su técnica de costura para la creación de muñecas y bolsos de tela, que posteriormente vende en la feria del agricultor.
La vecina de Tres Equis de Turrialba asegura que este espacio le dio la oportunidad de “pertenecer a algo” como siempre había añorado, pero además, le ha permitido sentirse útil, volverse una persona más sociable y generar algunos ingresos económicos.
Gina Rojas Valverde, profesional 32 años, llegó al grupo de artesanos por razones diferentes a las de la mayoría de sus compañeros. Fue diagnosticada con tres tumores cerebrales y después de varias operaciones, enfrentó problemas de la vista y perdió movilidad en sus manos.
La joven se acercó al espacio interesada en aprender el manejo de la arcilla como una forma de terapia para su salud, pero además de cumplir con su objetivo, encontró esparcimiento y motivación personal.
“Hay personas que tienen alguna enfermedad y se tiran en un sillón, pero yo salí adelante y esto me ayudó mucho. Siempre deseo que lleguen los lunes para venir a las clases otra vez, esta es mi mejor terapia” enfatizó.
Saúl Obando Sánchez, es un agricultor que hace 12 años se convirtió en miembro fundador de este espacio donde conviven la academia y la comunidad. Actualmente, plasma su talento en el tallado de madera, una técnica que usa para crear figuras únicas.
Aunque reconoce que en un inicio, “hasta me daba vergüenza entrar aquí”, asegura que con el pasar del tiempo se fue familiarizando con la Universidad y ahora le “hace falta el grupo” cuando tienen que ausentarse de alguna clase.
“Me ha dado a conocer como artesano, he podido superarme y aprender a desenvolverme mejor, incluso a vencer complejos” enfatiza el artesano de 77 años, quien agrega que “si no fuera por la universidad, nuestro trabajo estaría ignorado como paso durante tantos años”.
Por su parte, Ana Lía Araya Castro, emprendedora de 55 años, muestra a los miembros del grupo más jóvenes el alcance que pueden consolidar los proyectos gestados y promovidos en este espacio, del que forma parte hace 7 años.
El acompañamiento y los cursos que recibió en la Sede del Atlántico, le permitieron a Araya ir profesionalizando su negocio de helados artesanales, mientras que aprovechó los espacios de exposición para dar a conocer su producto y su marca “Helados caseritos y algo más”.
“Empecé con una inversión de ¢1,500, con la refri de la casa. Luego compré un congelador y ahora tengo 11 congeladores. Después de 12 años de trabajo y lo que aprendí aquí, mi negocio tributa, me pago seguro, tengo una patente, está todo en regla” afirmó la ama de casa.
Pero el proyecto de esta jefa de hogar sigue creciendo y este año alquiló un pequeño espacio para la instalación de su primer local. Al reconocer los logros conseguidos, la emprendedora afirma convencida que “el grupo de los artesanos fue muy importante para poder levantarme”.
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