Susana Bercovich, maestra en pedagogía y psicoanálisis, visitó el país en el marco del III Simposio Internacional Violencia y Sociedad, organizado por el Programa de Investigación en Violencia y Sociedad del Instituto de Investigaciones Psicológica de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Conozca algunas reflexiones de esta investigadora argentina en una entrevista sobre las preferencias que desarrollan los seres humanos respecto a las relaciones sexuales, las decisiones políticas y los patrones la violencia.
-¿Cuál es la relación que usted encuentra entre los temas sexuales, las políticas y la violencia?
Desde hace años empecé a trabajar sobre el sadismo y el masoquismo desde el psiconálisis y he descubierto desde diversos autores, incluso con la vida misma, como hay una cierta prolongación entre nuestros gustos sexuales, estéticos y nuestras elecciones políticas.
Un autor que ha sido una brújula para mí, es el francés Leo Bersani,él me abrió los ojos particularmente con un texto que escribió en 1986 y se titula ¿Es el recto una tumba?. Ahí dice que nuestras primeras experiencias de poder empiezan en el cuerpo y en el sexo, uno arriba y otro abajo, uno atrás y otro adelante, un penetrador y un penetrado, ahí empieza el dominio y el sometimiento, este gusto por la subordinación y el dominio.
Las experiencias del poder se extienden después al ámbito social, el gusto por las jerarquías, por la verticalidad, incluso la sexualización secreta de la autoridad. Cuando una entra a un “Sex Shop” lo primero que ve son uniformes, látigos, instrumentos que puede encontrar en los sistemas carcelarios, pero no pensamos en esas cosas que son tan evidentes. Todo está relacionado con lo que significa el poder, lo atractivo sexualmente que puede ser una persona que tiene poder.
-¿Cómo analiza el placer que muestra el ser humano respecto a lo que usted define como el espectáculo de la violencia?
Para mí es un enigma también. Cuando una va al cine y hay una escena violenta, puede ver a la gente horrorizada y fascinada al mismo tiempo. Estamos comiendo palomitas diciendo: ¡Qué horror, pobre mujer, es terrible lo que está pasando!, pero al mismo tiempo hay una fascinación al saber que no soy parte de eso y que soy lejano a esa situación.
El espectáculo violento puesto de una manera fija y enmarcada, despierta ese doble efecto de fascinación e identificación, pero al mismo tiempo de horror y de distancia. Hay cineastas que no nos permiten ponernos a distancia y obligan al espectador a tomar conciencia de que él está implicado en eso que está viendo.
Freud dice que hay un sadismo y un masoquismo desde el inicio, venimos al mundo en una posición masoquista y cuando nacemos no hablamos, no coordinamos, somos absolutamente dependientes del abandono o cuidado de la madre y aunque somos mirados y hablados por los demás, no somos todavía sujetos. En este sentido nacemos como objetos a la merced del mundo y del otro, como dice Bersani y yo retomo de una forma muy simple, como seres humanos definimos que ya que nacimos de esta forma, lo mejor es que eso nos guste. Creo que el masoquismo es entonces un gusto adquirido para defenderte de eso que de todos modos vas a padecer.
-¿Cree que esa fascinación que existe por los espectáculos violentos, favorece que se incremente la violencia en la sociedad?
Yo creo que sí, lo he notado en México y conversando con feministas y activistas, consideramos que hay un contagio de la violencia y es algo que uno puede constatar en el estadio de futbol o en el concierto de rock and roll, por un momento nos amamos todos y le vamos al mismo equipo, pero basta que algo ocurra para irnos rápidamente a la violencia y tanto una cosa como la otra es contagiosa. El fervor y la identificación solidaria con el otro también es contagiosa, así también lo es la violencia, como una mecha que se enciende.
Basta ver un pleito en la calle y ya eso es espectáculo, desde el circo romano hasta nuestros días, la violencia es espectáculo y ha sido muy explotado por el cine comercial. Aquí llegamos a la vieja discusión, Platón decía que no hay que mostrar escenas violentas porque la violencia es contagiosa y Aristóteles planteaba que si hay que mostrarla, porque la violencia en la escena permite que el espectador elabore su propia violencia interior a través del otro, yo creo que los dos tienen razón.
-Usted plantea que al utilizar términos como “niños víctimas” o “mujeres víctimas” atraemos más actos de ese tipo a esas poblaciones. ¿Cuál es entonces el abordaje y la definición correcta para referirnos a esas poblaciones?
En el momento en que decimos “El niño víctima” o la “mujer víctima” los ponemos en un foco erógeno, ya el niño o la mujer es víctima del enunciado y eso refuerza un cierto sadismo. En la época del expresidente de Estados Unidos Ronald Reagan eran constantes las campañas con mensajes como “Di no a las drogas porque tú mereces vivir”, pero desde la perspectiva de Freud y muchos otros autores, eso nos hace preguntarnos, ¿merezco yo vivir?, ahorita puedo pensar que sí, pero 5 minutos después quizás merezco morir y entonces sería mejor que venga la droga y el sexo sin condón para tirarse a la muerte.
-Sus textos plantean la existencia de una moral del bien que nos hace pensar que el gusto por la violencia está mal y una moral del mal que cree lo contrario. ¿Actuamos conscientes de este dilema permanente?
Yo creo que el bien y el mal es un binarismo falso, hay que pensar que la idea del bien produce el mal como lo que queda excluido de ese mal y estas son ideas que vienen de la religión y además, es una idea que a la gente le conviene, porque si soy bueno es porque el mal está afuera y hay que combatirlo.
Todo binarismo es falso, bien y mal, yo y ellos, heterosexual y homosexual, normal y anormal, es la vieja trampa. Nos gusta tener las cosas separadas y pensar que el mal está afuera, nunca pensamos que el mal está adentro, que uno mismo es malo y es bueno, es amo y esclavo, la mujer puede ser misógina, el homosexual puede homofóbico, estamos muy divididos.
No hay conciencia de esto y el capitalismo salvaje nos enceguece, entramos en la lógica del discurso televisivo, político, oficial, escolar, de las instituciones, de los sistemas, incluso de los derechos humanos sobre el amigo y el enemigo, el terrorista y ciudadano, todos esos binarios son falsos y no tenemos ninguna consciencia. Yo sé que los temas que abordo son controvertidos, pero creo que es una forma de mirar para adentro y pensar que las cosas no son esencialmente de un modo.
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