José Manuel Valenzuela es Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Sociología por el Colegio de México y visitó el país en el marco del III Simposio Internacional Violencia y Sociedad, organizado por el Programa de Investigación en Violencia y Sociedad del Instituto de Investigaciones Psicológica de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Conozca algunas reflexiones de este investigador mexicano en una entrevista sobre las situaciones de violencia y muerte que afectan a los jóvenes latinoamericanos actualmente.
-Usted plantea el término “juvenicidio” para definir la muerte de jóvenes con “vidas precarias” en México y el resto de Latinoamérica. ¿Qué caracteriza la condición de vida de esas personas?
Hablar de “juvenicidio” implica hablar de un contexto de muerte, de asesinato sistemático de jóvenes, en este caso particular de América Latina, donde la principal causa de muerte es la violencia. Cuando planteo este término lo que trato de hacer es una apuesta ética, política y académica, donde no podemos contentarnos con trabajar contando jóvenes asesinados y lo que tratamos de hacer es reconstruir los contextos que posibilitan los escenarios de muerte.
Tanto el “feminicidio” como el “juvenicidio”, están marcados por características de precarización, de las condiciones objetivas de vida a través de la pobreza, de desempleo o de empleos que no permiten salir de la pobreza, de formas de educación excluyente con altos índices de deserción y donde la mayoría de los que se gradúan no van a ejercer su profesión. Por otro lado, tenemos una precarización social que se identifica en el cierre de las expectativas para crear proyectos rentables de vida, la conformación de escenarios de desplazamiento y la violencia social por parte del crimen organizado, pero también simbólica, mediante la creación de identidades precarizadas, es decir, sectores sociales criminalizados y construidos por la sociedad como grupos vulnerables.
Esos sectores sociales son marcados por conjuntos de repertorios identitarios desacreditados y estigmatizados: ser mujer joven, afro, indio u homosexual; todas estas identidades conducen a lo que definimos como “la zona de muerte”, donde las posibilidades de ser asesinado se incrementan. Lo que tenemos es un desdibujamiento del marco axiológico que define el sentido de vida de la gente.
-No hay duda de que el contexto social, económico y político favorece la desigualdad y la exclusión de la que son víctimas los jóvenes más pobres. ¿Qué alternativas tiene esta población para luchar contra este tipo de condicionamiento social?.
No existen respuestas ni soluciones para los grandes problemas de los y las jóvenes desde la condición juvenil, como tampoco lo existen para las mujeres desde la condición de género. Los grandes problemas de los jóvenes, de las mujeres, de los indígenas o de los afro, son los de la sociedad, del modelo económico, del proyecto civilizatorio o in-civilizatorio, el tema es que esos grandes problemas que padecen estos grupos desacreditados, no se resuelven sólo trabajando desde el grupo social, porque son los que define el conjunto de la estructura social, que produce y reproduce esos marcos de desigualdad.
Hay muchas formas desde la que se puede trabajar y ellos lo han ido haciendo de muchas maneras, una es por medio de las estrategias de resistencia, porque no tenemos jóvenes pasivos que solamente estén recibiendo la biopolítica sino que tenemos muchas formas de bioresistencia, donde mujeres deciden abortar o jóvenes que consumen drogas a pesar de las prohibiciones, otros que deciden sobre su propio cuerpo a través de tatuajes, perforaciones y adulteraciones.
Todo eso lo hemos venido observando en América Latina a través de múltiples procesos, pero también hemos visto otro tipo de respuestas donde las y los jóvenes empiezan a recuperar ámbitos públicos para cuestionar aspectos de la política social como “15M” en España, “Los dreamers” en Estados Unidos, “Yo soy en 132” en México, las maras en su lucha por lograr acuerdos de paz, la Asociación de Estudiantes Chilenos o la revuelta brasileña. Tenemos múltiples ejemplos, pero luego nos preguntamos ¿qué lograron? y creemos que no tienen sentido estos movimientos juveniles porque no cambiaron nada, pero se nos olvida que aunque no hay solución desde estas demandas, estos proyectos plantearon los rasgos de un proyecto distinto de sociedad y de mundo, y hay que preguntar por los otros grupos sociales que posibilitan esos procesos.
-Sabemos muchos jóvenes se muestran en contra del sistema por medio de estas manifestaciones que usted menciona, pero hay otros que optan por delinquir como una alternativa para mejorar su condición de vida. ¿Ese segundo grupo estará consciente de las implicaciones reales que tiene ese tipo de decisiones?
Frente al cierre de expectativas, de canales de movilidad social, frente a esto que yo hablo de la expropiación de la esperanza, vemos que el narcotráfico emergió como referente en la conformación de proyectos de vida y de muerte para las y los jóvenes. Hay una gran paradoja y una gran hipocresía, porque estamos hablando de una sociedad que cierra los canales de desarrollo de la población, pero bombardea con una lógica de consumo donde el poseer sustituye al ser y frente a esto, los jóvenes saben que la única forma de acceder a esos productos, es a través de esos canales paralegales o francamente ilegales.
Efectivamente, millones de muchachos se han involucrado dentro del narcomundo, donde encuentran esta disponibilidad de las mujeres trofeo con toda la carga de machismo que conlleva, el consumo hedonista del licor, los carros como elementos de ostentación, el poder mismo asociado a los recursos del narco. Todo esto tiene que ver con estrategias de resistencia y un presentismo intenso, ellos plantean el “más vale una hora de rey que una vida de buey”, saben que eso les va a poner en riesgo de condenas por 10 o 15 años de cárcel y no les importa, porque no tienen ninguna otra posibilidad, se la están jugando y están muriendo.
Esto está encerrado en otra paradoja igualmente hipócrita, porque después de la última gran prohibición en la guerra contra las drogas realizada por el expresidente de Estados Unidos, Richard Nixon en 1971, nos quedamos con 40 millones de personas presas y 50 mil muertos por consumo de bebidas adulteradas y violencia, además de mafias enormes y poderosas. Y entonces llegamos a la condición actual y nos damos cuenta que tenemos que cambiar las estrategias, porque ya hemos pagado un precio demasiado alto. Tenemos marcos prohibicionistas y iatrogénicos, esta es una palabra que viene de la medicina y significa que la medicina es más dañida que la enfermedad (…) es tiempo de que pensemos en una estrategia distinta, más cultura, menos armas, menos policías, menos militares.
-En uno de sus textos plantea que con el pretexto de combatir el crimen organizado se reducen los espacios sociales de libertad, hay muchas expresiones de represión y mueren miles de jóvenes, pero todo queda en la impunidad. ¿Qué podemos hacer ante la ausencia de estructuras de justicia en las que nos podamos amparar frente a ejemplos como la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa en México en el año 2014?
En el caso de Ayotzinapa ves la profunda complicidad de todos los organismos de estado, el “C4” que llaman, donde participó el gobierno, la policía local, estatal, federal, el gobernador, la Secretaría de Gobernación y que además siguieron obstruyendo las posibilidades de justicia. A pesar de todos los dictámenes construyeron su verdad y aunque todo demuestra falsedad absoluta, sigue sin pasar nada; además de la indolencia del presidente, Enrique Peña Nieto frente al dolor de los padres de los jóvenes desaparecidos.
Yo he pensando en lo que el filósofo francés Edgar Morin definía como “una ciencia con conciencia” y creo que desde la academia tenemos la responsabilidad de pensar nuestro trabajo como una posibilidad de cambios en el mundo en que vivimos, pero ha habido un retraimiento de mucha gente por miedo. El periodismo lo tenemos igual, un gran número de periodistas asesinados y donde los grandes medios se repliegan y se dedican a publicar los boletines en los que gobernación les dice lo que deben decir. Esto tiene un costo enorme en nuestros espacios de libertad y a esto se suma la censura contra diferentes expresiones como ocurrió con los narcocorridos, que empezaron a hablar de manera más clara de las complicidades entre el poder, la política, los empresarios, el clero y el ejército.
Yo me pregunto ¿vamos a empezar a prohibir la danza, el cine y todas las expresiones que hablan de esto?. Es un tema que está atravesando la vida social y las historias dolientes que emergen del entramado del narcomundo, son brutales y la gente necesita sacarlas de alguna forma. El prohibicionismo no ayuda a nada y es peor cuando se combina con los afanes autoritarios de imposición y control, que no va en contra de unos, sino en contra todos nosotros.
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