Este año se celebra el centenario del nacimiento de Rodrigo Facio Brenes (1917-1961), quien fue Rector de la Universidad de Costa Rica en el período 1952-1961. La ocasión ha sido propicia para reflexionar sobre su obra y legado y, con base en ello, discutir diversos aspectos de la historia, situación actual y perspectivas futuras de la Universidad de Costa Rica en particular y de las universidades públicas en general.
Entre sus muchos aportes, quizá el hito que marca con mayor fuerza la obra de Rodrigo Facio es la denominada ‘reforma universitaria’. Este fue un complejo proceso que se gestó desde el primer congreso universitario, en el año 1946, y maduró en los años posteriores, hasta concretarse en la década de 1950, con el liderazgo de Facio Brenes. Entre otros aspectos, la reforma universitaria procuró que la Universidad de Costa Rica pasara de ser un conglomerado de facultades y carreras, en palabras de Facio ‘un archipiélago’, para convertirse en una entidad integrada en su concepción y funcionamiento.
Para lograr esta ambiciosa meta, se creó la Facultad de Ciencias y Letras y, con ella, los Estudios Generales. La idea central fue la de estructurar un tronco común de humanidades para todo el estudiantado, el cual garantizara una formación humanista general que permeara a todos los profesionales graduados de la UCR. El 7 de marzo de 1957 se inauguró el primer curso lectivo en el que los y las estudiantes matricularon dicho bloque de Estudios Generales, y el discurso que Facio pronunció en esa ocasión presentó, con claridad meridiana, lo que se pretendía con este ambicioso proyecto.
Desde entonces, los Estudios Generales se han mantenido como eje central de una concepción humanista de universidad, aunque dicha visión ha sido cuestionada y atacada desde diversas perspectivas en las últimas décadas. Por ello, el centenario del nacimiento de Facio debe servir para reflexionar sobre este aspecto medular de los estudios superiores en el país.
Uno de los propósitos centrales de la reforma universitaria fue dar al estudiantado una formación humanista. ¿Qué significa esto? Por un lado, implica presentar una visión amplia del conocimiento y la cultura, es decir, una exploración en los diversos ámbitos de la creatividad humana. De esta forma se lograría que, independientemente de la carrera que las y los estudiantes siguieran, se adquiriera una visión amplia de los grandes temas del pasado y del presente, los temas que impregnan los dramas e inquietudes de la humanidad. Aunque en un principio esta agenda cultural tuvo un énfasis europeizante, luego evolucionó para incluir temas y pensadores de otras regiones del mundo, incluida nuestra región latinoamericana.
La introducción de esta impronta humanista en la UCR buscaba también promover en el estudiantado un respeto básico hacia las diversas áreas del conocimiento, o sea la capacidad para mirar e interesarse, en palabras de Facio, por el ‘huerto del vecino’. Ese respeto epistémico es esencial no solo para que las y los futuros profesionales tengan una visión amplia del conocimiento, sino para que entiendan que los grandes problemas de nuestro país y de nuestro tiempo no se pueden comprender, y menos solucionar, si no se les estudia desde perspectivas inter- y transdisciplinarias que surjan de la comprensión, el respeto y el interés por lo que hacen las y los demás.
Pero el humanismo que emana de la reforma universitaria tiene, además, el objetivo de sembrar en el estudiantado la semilla de la empatía y la solidaridad hacia los dramas de los seres humanos en un sentido amplio. Luego de la reforma universitaria, las humanidades se complementaron con otros procesos formativos que ofrece la institución, como los cursos de repertorios, los seminarios de realidad nacional y el trabajo comunal universitario. Este conjunto de procesos busca que el estudiantado sea capaz de desarrollar empatía hacia lo que piensan, viven y sufren otros seres humanos. Esta empatía basada en el conocimiento (sólo se puede amar lo que se conoce) y en la reflexión crítica, es el camino que lleva a la solidaridad, quizá una de las cualidades más hermosa que puede tener una persona.
El espíritu de la reforma universitaria, y el de diversos procesos institucionales que aparecieron posteriormente, sobre todo a partir del III Congreso Universitario de los años 1971 y 1972, se centró en la idea de que las y los profesionales graduados de esta institución debían ser competentes en sus respectivas especialidades, pero también ser personas con una amplia formación y, sobretodo, comprometidas con la construcción de una sociedad en la que los valores de la equidad y la búsqueda del bien común ocuparan un lugar central. Este desiderátum quedó claramente plasmado en el Estatuto Orgánico de la UCR.
Los procesos ideológicos y políticos que han marcado las agendas dominantes en el mundo y el país en las últimas décadas no se alinean con el espíritu de la reforma universitaria y del III Congreso. La lógica mercantil y el individualismo a ultranza han invadido todos los espacios de la sociedad, cuestionando el papel de la solidaridad y la búsqueda del bien común. Este huracán ideológico neoconservador, centrado en los principios del denominado consenso de Washington, ha venido a cuestionar los valores centrales de la formación humanista y crítica en las instituciones de educación superior.
Por un lado, se pretende que las universidades se acoplen a las necesidades de ese modelo de desarrollo. Ello implica que se descuiden los campos del conocimiento que no tienen un impacto directo en la esfera económica. Escuchamos con frecuencia planteamientos que conciben como un desperdicio el que nuestras universidades cultiven las ciencias sociales, las letras y las artes. Se desmerecen los esfuerzos por generar espacios de análisis crítico en los que se discuta precisamente las consecuencias de ese modelo de desarrollo. Y se concibe al profesional graduado de las universidades básicamente como una persona capaz de insertarse con eficiencia en el mercado, sin importar si se trata de individuos con capacidad de pensamiento crítico, con formación amplia y con espíritu solidario.
Esta tendencia ha tenido un impacto fuerte en universidades de todo el mundo. Los departamentos de humanidades y de ciencias sociales de muchas universidades han sufrido embates que los han debilitado, lo cual incluye desde ‘reingenierías’ tendientes a fusionarlos con otros departamentos, y hasta su eliminación, pasando por fuertes reducciones presupuestarias y procesos de contratación de personal docente marcados por la incertidumbre y la inestabilidad. La lógica de la rentabilidad económica se aplica, en muchas latitudes, con dureza, y las actividades de investigación y enseñanza se ven asediadas por la búsqueda del ‘impacto’ (entiéndase el impacto económico) que las mismas tienen en la sociedad. Y esta lógica también tiende a cercenar las actividades de extensión o acción social, dirigidas a establecer espacios de interlocución con diversos sectores y de permitir que el trabajo universitario impacte de múltiples formas en la sociedad. Afortunadamente, la UCR ha soslayado, en gran medida, estas tendencias, gracias a su compromiso histórico con el desarrollo de todos los campos del conocimiento, así como a su visión social; no obstante, hay tendencias en la institución que empujan en direcciones contrarias.
En medio de la dialéctica que ofrecen las posiciones encontradas en cuanto al sentido y la lógica de la educación universitaria, la UCR y las otras universidades públicas del país deben reflexionar críticamente sobre la coyuntura en la que se encuentran y sobre los principios esenciales que guían su accionar. No se trata de cuestionar que las instituciones de educación superior deban jugar un papel central en el desarrollo económico, como lo han hecho desde siempre. Pero sí se requiere que enfrentemos con ojos críticos las tendencias que buscan convertir las universidades públicas en simples piezas de un engranaje político y económico que termina beneficiando a las minorías, quebrando principios esenciales de lo que ha sido la educación superior. Valoremos y acrecentemos esos principios, entre los que se cuentan el desarrollo equilibrado de todas las disciplinas académicas, más allá de su impacto económico, la formación amplia y humanista en el estudiantado, el análisis crítico y riguroso de los procesos sociales, ambientales, culturales y políticos, y la capacidad de cultivar la solidaridad y la empatía como motores de transformación social.
Esta revaloración se debe reflejar en los programas de estudio de las carreras, los cuales requieren incluir, además de los conocimientos específicos de las disciplinas, el ejercicio creativo y crítico permanente, la discusión de temas de importancia nacional y regional, la gestación constructiva del aprendizaje y la gestación de prácticas solidarias. Se requiere enlazar, de manera más orgánica e integrada, los procesos de formación general y los programas de estudio de las carreras. La consolidación de un modelo de universidad que combine formación humanista y solidaria con capacitación especializada debe motivar nuestros esfuerzos y reflexiones. Sirva la celebración del centenario del nacimiento de Rodrigo Facio para renovar el compromiso universitario con estos valores fundamentales.
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