“Si los automóviles hubieran seguido la misma evolución que las computadoras, un Rolls Royce costaría hoy $100, rendiría un millón de millas por galón y explotaría una vez por año, matando a todos adentro”. Robert X. Cringely
Por más ridícula que sea esta frase, muestra lo que pasaría si se comparan diferentes tecnologías existentes, pues no todas han evolucionado al mismo ritmo. Los carros de combustión interna han estado con nosotros por décadas y todavía no hemos podido convertirlos en autos híbridos o eléctricos.
En cambio, las computadoras han evolucionado tanto que basta comparar la computadora personal actual o computadora de bolsillo (si pensamos en lo que se ha convertido el teléfono celular), con una de hace unos cinco años para ver el cambio vertiginoso.
Unas de las primeras computadoras electrónicas de nuestra época fue el ENIAC (Electronic Numerical Integrator and Computer), financiado por el Gobierno estadounidense en 1946. Lo componían aproximadamente 100 000 elementos, que requirieron de más de cinco millones de puntos de soldadura. Ocupaba 167 metros cuadrados y su costo fue de $6 millones (ajustados al valor actual). No tenía pantallas, ni teclados.
Luego del ENIAC aparecieron rápidamente más iniciativas y las empresas privadas empezaron a vender computadoras. Una década después ya era común tener computadoras en las grandes empresas privadas y públicas, pero su llegada al hogar tuvo que esperar hasta finales de la década de los años 70, con la aparición del Altair y luego de la Apple I.
Su velocidad de innovación se aceleró cada vez más y su miniaturización ha permitido que casi todos carguemos en nuestros bolsillos un computador de uso casi general en estos momentos: nuestro celular.
En un anuncio de la empresa de artículos y componentes electrónicos Radio Shack, de 1991, se ofrecían diversos productos (ver imagen). En estos momentos, cada uno de estos elementos anunciados está integrado en un solo teléfono inteligente.
Por la forma en que las computadoras han permeado a nuestra sociedad, se ha producido un cambio radical. Pasamos de tener pueblos sin computadoras ni teléfonos, que debían hacer filas para llamar por el teléfono público, a estar en un mundo hiperconectado, con la información (obtenida por medio de Google) en la palma de la mano, la ubicación exacta por GPS, la comunicación inmediata por WhatsApp y las noticias de nuestro entorno y seres queridos por Facebook.
No nos debe sorprender entonces que las cinco empresas más valiosas del mundo sean tecnológicas: Apple, Google, Amazon, Facebook y Microsoft.
Inclusive, hace dos semanas Google anunció el Pixel Buds, unos audífonos que traducen instantáneamente desde 40 idiomas.
Con tanto avance tecnológico, ¿qué otras cosas se podrían esperar en el futuro? Hay promesas tecnológicas madurando en este momento, como el reconocimiento de voz certera que eliminará los teclados, la automatización total de procesos para el manejo autónomo de autos y la producción industrial y otros que confluyen en la inteligencia artificial.
Pero tal vez una mejor pregunta sería: ¿esta revolución tecnológica ha traído también un verdadero cambio social? Lamentablemente no, tenemos mucha más comunicación, pero no mejor entendimiento entre las personas; más acceso al conocimiento pero no más sabiduría; más producción industrial pero no mejor distribución de la riqueza.
Podrá ser tecnología soñada, pero no en una sociedad soñada. Requerimos un rápido avance social y la revolución tecnológica puede ser la catalizadora, aunque la responsabilidad real de este cambio no recae en los profesionales en Ingeniería, sino en toda nuestra sociedad.
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