La idea no es hacer una clase de física pero no está de más recordar algunos conceptos claves: el sonido viaja por medio de ondas y esas ondas tienen la posibilidad de hacer vibrar algunos materiales; eso permite que la música no solo pueda ser escuchada sino también sentida.
Sentir ese ritmo es lo que acercó a ocho niños a ser parte de “El ladrón de diamantes”, la nueva propuesta de Danza U en la que participan estudiantes sordos de la Escuela Fernando Centeno Güell.
Dalai, Isabella, Norman, Dylan, Henry, Sofía, Pamela y Daniel tienen entre cinco y ocho años. Los más pequeños están en el kinder y otros ya van por tercer grado.
Gracias a la estimulación temprana que recibieron desde su nacimiento tanto de parte de sus familias cómo del centro educativo y al uso de los audífonos, han logrado entrenar su sistema auditivo para reconocer niveles de sonido, intensidad y lejanía.
“Es necesario aclarar que las personas nunca son totalmente sordas”, explica Giselle Ugalde, docente del centro educativo. “De todas formas el sonido también se percibe por el cuerpo”, agregó.
Cuando Gustavo Hernández cursó sus estudios profesionales en danza realizó el trabajo de graduación con niños sordos. De esa primera experiencia quedó la motivación que ahora se traduce en “Mi cuerpo, mi voz”, el proyecto reconocido por el sistema de fondos concursable de la Vicerrectoría de Acción Social en el cual se enmarca la obra.
Durante siete meses los niños y las niñas participantes han llevado cursos de expresión corporal y baile. Las sesiones de trabajo de seis horas semanales han sido intensas y se han multiplicado para lograr un espectáculo de calidad única.
“Al principio la gente se imaginaba que era una obra más escolar, pero ahora tenemos un montaje profesional con escenografía, utilería y vestuario. Junto con los bailarines de Danza Universitaria tenemos a 17 personas participando”, explicó Hernández.
Hace siete meses la Lengua de Señas Costarricense -LESCO-, no tenía una manera de decir “escena” ni “coreografía”.
“El ladrón de diamantes” provocó que ambas señas fueran creadas.
“Los niños sordos tienen un aprendizaje visual pero no se trata de que solo imiten o repitan. Son personas inteligentes que tienen derecho a que se les explique el porqué de las cosas”, destacó la docente Ugalde.
Participar en esta actividad le ha permitido a los niños y niñas no solo ser parte de dinámicas de las que muchas veces son excluidos sino también trabajar su seguridad personal, la coordinación visomotora y la motora gruesa y fina, algo fundamental para aquellos que están aprendiendo a leer y a escribir.
El resultado de este proceso está listo ahora para ser mostrado en el escenario. Para ser disfrutado, para ser visto y sobre todo para ser sentido.
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