“La mayor riqueza que puede tener un pueblo, su documento de identidad es su manera de hablar. Un pueblo que pierde la esencia de su manera de hablar, deja de ser un pueblo”. Con estas palabras el investigador de la cultura popular, Dionisio Cabal Antillón inició la conferencia inaugural del II Ciclo en la Sede de Occidente.
El cantautor, dedicó su disertación a hacer un recorrido histórico de la relación entre lenguaje popular y la identidad nacional. Fue enfático en afirmar que las singularidades del habla popular puede entenderse a través de la historia, la geografía, la etnicidad y la economía.
Cabal se refirió a todas las influencias que a lo largo de la historia han enriquecido las voces costarricenses. Como punto de partida, mencionó la ubicación geográfica de Costa Rica, que por ser un puente ha permitido un tránsito importante de personas de diferentes nacionalidades y etnias, lo que propició una riqueza idiomática de suma importancia. “La posición de Costa Rica hace que la riqueza biológica sea muy grande, pero eso que ocurre con lo biológico también ocurre con lo cultural”.
La dominación española y el tipo de dominación es otro punto destacado por el conferencista, ya que “la base del español costarricense es el castellano del siglo XV, siglo denominado de oro por los destacados escritores y pensadores de España” afirmó.
Mencionó también los aportes de las lengua aborígenes como el taino difundida en todas las islas del Caribe, que fueron traídas por los españoles a tierras costarricenses. Palabras como tabaco, canoa, cacique, cimarrona, guayaba y maíz son muestras de este aporte.
A esta palabras tainas que traen los conquistadores se le suma, según Cabal, la fuerte influencia del nagual, que era una especie de lengua franca y se hablaba en toda Centroamérica. “Los ticos utilizamos gran cantidad de voces del nagual todos los días y no lo sabemos: chocolate, cigarro, tamal, mecate, tomate, chayote, tacaco, tapezco”.
Además, mencionó la fuerte influencia de voces africanas como mandinga y las voces quechua en el habla de los costarricenses. De esta forma, según Cabal tenemos un español que integra voces de toda América, y una influencia importante en comida y medicina popular.
Cabal señaló también los aportes de los aborígenes propios como el guaimí o ngöbe, el bribri, cabécar, boruca, térraba, guatuso y el huetar.
De hecho el investigador se atrevió a plantear la tesis de que Costa Rica es un nombre huetar, “Costarrica debería escribirse así, como Tucurrique, como Siquirres” afirmó.
En este punto Cabal indicó que en los documentos históricos existentes no se puede confirmar que el origen del nombre de Costa Rica sea español. “Hay tres leyendas para el nombre de Costa Rica, ninguna de las tres resiste el menor análisis. Una de Colón, la segunda de González Dávila y la tercera a Hernández de Córdoba”.
Cabal plantea “que debe partirse de la presunción de que Costa Rica es un nombre huetar y que lo que habría que demostrar es lo contrario, a ver cómo se demuestra”.
Señaló entonces que Costa Rica debe ser la castellanización de una palabra huetar, “yo me quedo con la idea de que Costa Rica es una palabra huetar y que nosotros le debemos restituir a nuestros aborígenes el honor de la paternidad del nombre de nuestra patria y que eso tiene que ocurrir muy pronto”.
Cabal también se refirió al papel que debe tener la academia para preservar la lengua. Señaló que “la normativa académica sobre la lengua tiene muchas limitantes conceptuales que chocan constantemente con la realidad. No existe un español correcto en ninguna parte, todas las formas son correctas, la lengua por idioma es un elemento vivo, cambiante, sujeto a transformación constante”.
Señaló que en las escuelas, por buena fe, muchas veces se lesionó gravemente a los escolares cuando las maestras pretendían cambiar la forma del habla campesina “ignorando que eran portadores de un tesoro lingüístico que debió ser protegido, de la misma manera que se debe proteger las lenguas indígenas”.
El investigador indicó que se debe respetar a la academia, pero también la invitó a “a explorar esa otra dimensión, en donde finalmente el propietario del idioma es el pueblo, no la academia. Y es el pueblo el que formula las reglas según las necesidades de su cotidianidad y así es entonces como empezamos a acunar palabras que solo nos pertenece a nosotros” concluyó.
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