Pescamos a María del Milagro Granados Montero en su “cueva” como jocosamente llama a su cubículo en el Laboratorio de Fitopatología de la Facultad de Ciencias Agroalimentarias, porque como ella misma cuenta, cada semana divide su pasión entre el microscopio y las placas de Petri, sus estudiantes y el trabajo de campo con las y los agricultores.
Esta joven investigadora, recién entrada a los 39 años y con diez de trabajar como docente en este laboratorio, se siente plena y realizada de ejercer la carrera de Fitotecnia, a la que llegó después de un largo discernimiento, pues inicialmente quería estudiar Microbiología.
Sin embargo, siente que en la Facultad de Ciencias Agroalimentarias se encontró a si misma desde el primer día que entró al edificio y pensó “esto es lo mío”, porque en agronomía “la gente es más gente”, y además no huele a hospital.
Aunque nunca se había preguntado de dónde surgió su vocación, siente que quizás fue en contacto con el campo, cuando se criaba en casa de sus abuelos en Mata de Plátano de Goicoechea, población mejor conocida como El Carmen de Guadalupe, entonces una zona muy rural llena de cafetales, y donde hoy se extienden grandes urbanizaciones.
Milagro recuerda cómo desde que era una niña de seis años su abuelita la mandaba al cafetal a dejarle aguadulce y comida a su abuelito y la preocupación de éste a inicio de los años 80, por el inminente ingreso de la roya al país. “Mi abuelito estaba con los ‘pelos parados’ porque las noticias hablaban del ingreso de este patógeno por primera vez al país y temía que todo su café se le iba a morir”.
Hoy curiosamente ella se dedica a la protección de cultivos, más específicamente a lo relacionado con taxonomía de hongos y clínica de diagnóstico y pasa algunos días de la semana apoyando a pequeños productores de la zona de Los Santos, que a diario se enfrentan a las consecuencias de la roya. “A mí me apasiona trabajar con hongos” expresa Milagro, a quien su abuelito no la dejaba coger café por miedo a que quebrara las bandolas.
En el “EBAIS de las plantas” como llama a la clínica de diagnóstico del laboratorio, ella además apoya a toda la gente que se acerca en busca de ayuda: desde grandes exportadores de banano, piña u ornamentales, hasta la señora que está triste porque la planta que le heredó su abuelita está enferma y se le está muriendo.
Para la investigadora esa parte de su trabajo es muy importante porque la gran mayoría de las enfermedades de las plantas son causadas por hongos, y aunque hay unos fácilmente reconocibles, con el desbalance del clima han surgido otras especies que antes no daban problemas y que solo se pueden identificar bajo el microscopio.
Esa pasión suya por el trabajo en el laboratorio no tendría sentido si no empleara parte de su tiempo en transmitir a las y los agricultores sus conocimientos. “Uno puede hacer mucha investigación, pero si lastimosamente se nos queda aquí guardada o se publica solo en revistas ‘top top’ a las que el productor no tiene acceso, no sirven de mucho”.
Con los pequeños agricultores en la mira, Milagro trabajó durante ocho años con cebolleros de la zona alta de Cartago que se dedican además a la siembra de papa, zanahoria y repollo.
Desde hace dos años cambió de rumbo, y cada semana viaja a Tarrazú a apoyar a la Cooperativa de Caficultores de San Marcos, gracias a un convenio entre la universidad y esa organización, y más informalmente a los miembros de Coopedota, en Santa María. “Ir a las comunidades también te enseña, porque la gente de campo es muy transparente y además ha estado muy abandonada, como recientemente lo ha recordado el presidente Luis Guillermo Solís”.
Otros que aprenden con ella son sus estudiantes a quienes además de enseñarles a diferenciar patógenos, trata de inculcarles que vean su carrera como una vocación. “Yo les digo que no piensen que solo estudian para llegar a ser gerentes de una empresa, cosa que no está mal porque uno necesita plata para tener sus cosas. Pero también les recuerdo que no se necesitan lujos para vivir y ser felices, su responsabilidad social y que la vocación de un agrónomo es como la de un médico”.
Aparte de su trabajo en las aulas y el campo, Milagro dice que tiene pendiente dedicarse a otro proyecto dirigido a educar a las y los consumidores. “La idea es ir a las ferias del agricultor y explicarles a las personas por qué un chile dulce o un tomate no tienen que ser perfectos, que si tienen un huequito es porque un animalito los picó y que probablemente estos estén menos contaminados con químicos. Pero la gente no sabe eso”.
También considera que sería interesante que las personas que lo deseen se unan a una gira a las zonas productoras y conversen directamente con los agricultores para que vean cómo es un cultivo y conozcan las penurias que pasan los campesinos cuando no llueve, o cuando llueve mucho, o cuando no pueden aplicar a tiempo los agroquímicos porque no hay recursos.
Lejos de la vida académica, María del Milagro lleva una vida sencilla en la que dedica todo el tiempo que puede a sus hijos Josué, de nueve años y Amanda, de cinco, y a su esposo Erick Arce Coto, quien también es Ingeniero Agrónomo. “Los chiquillos son mi vida. A veces llegamos a las cinco de la tarde a la casa, corremos todos los muebles de la sala, prendemos el equipo de sonido y nos ponemos a bailar y celebramos que ese día mamita llegó temprano. Sí, somos alegres. Les he enseñado que aunque a veces hay días en los que todo se ve oscuro, en algún momento va a aclarar”.
Amante del rock en español y el merengue, disfruta además llevando a caminar a sus dos perritas y “para no perder la costumbre” los domingos siembra en cada orilla del patio que quede libre, culantro, tomate o apio, así tenga que estar resembrando sus plantitas cada 15 días, porque la coneja que tiene “se alimenta muy bien”, ríe.
Junto a un grupo de colegas, Milagro forma además parte de una Asociación de Profesionales en Enfermedades de Plantas, que ya organizó con el Colegio de Ingenieros Agrónomos y el ICAFE, un Foro Nacional sobre Roya, y preparan una segunda parte para este año.
La asociación también está trabajando con una organización muy fuerte en extensión que se llama CABI Internacional, que tiene una base de datos de acceso público denominada CAB Abstracts, que contiene información agrícola de punta que hasta ahora no ha sido transferida. “El objetivo es trabajar en la región con los técnicos agrícolas de los ministerios de agricultura y las universidades y hacer llegar esos conocimientos a las y los productores”.
María del Milagro Granados, es Licenciada en Ingeniería Agronómica con Énfasis en Fitotecnia y Máster en Ciencias Agrícolas y Recursos Naturales con énfasis en Protección de Cultivos. Además, actualmente está terminando su Doctorado Académico en Sistemas de Producción Agrícola Tropical Sostenible, también en la UCR.
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