La bioacústica tiene como fin poder explicar cuál es el impacto que tienen las distintas actividades humanas en el hábitat submarino y del mismo modo estudiar las fuentes de sonido naturales para poder comprenderlas.
Así lo definió la ingeniera y oceanógrafa costarricense Melania Guerra Carrillo en una reciente presentación que realizó en la Facultad de Ingeniería para dictar una conferencia al respecto.
Esta reconocida y joven científica explicó que dicho término se compone de varias disciplinas como la biología, fisiología, ecología, física, química, matemática, informática y el estudio del cambio climático.
Costa Rica en particular tiene una de las riquezas marinas más impresionantes del mundo, de ahí la importancia de la aplicación de esta ciencia para poder protegerla, “con el crecimiento que ha habido de las embarcaciones gracias al comercio, tenemos que entender los potenciales impactos que va a tener el ruido en el fondo del mar, por ejemplo: la polución acústica previene la comunicación efectiva entre animales de una misma especie, enmascara los sonidos de los cuales ellos dependen y ocasiona daño fisiológico que provoca varamientos masivos”, comentó Guerra.
Esta científica recalcó que la principal preocupación de la ciencia y la tecnología a futuro debe ser mejorar la calidad de vida de las personas y aplicar un manejo sostenible de los recursos que se encuentran en los territorios marinos.
“Es muy importante regular las marinas en lugares como la Península de Osa, pues antes de construirlas hay que saber cuáles son los ruidos ambientales que predominan para así poder compararlos y tener registros que sirvan como base para poner límites”, sostuvo Guerra.
Melania Guerra trabaja en el Programa de Investigación sobre Bioacústica de la Universidad de Cornell, New York, en donde estudia la ecología acústica del sensible ecosistema del Mar de Chukchi, en el Océano Ártico.
Ella cuenta con diez años de experiencia en oceanografía como recolectora de datos por medio de hidrófonos montados en el fondo del mar o aplicados sobre la piel de especies marinas, por ejemplo ballenas y cachalotes, en lugares como Groenlandia, la costa de California, México y Alaska.