Resumir 25 años de trabajo artístico implica un gran reto, sobre todo cuando el artista ha producido una extensa obra. Prueba de ello es la exposición del grabador costarricense Hernán Arévalo, quien inauguró una muestra el pasado 30 de setiembre en la Galería de Bellas Artes.
Precisamente, la exposición se titula “Xilografías de Hernán Arévalo: 25 años de improntas e identidades”, y es parte de las actividades de conmemoración del vigésimo aniversario del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (Ciicla-UCR) y el Museo +UCR.
Para el artista, la ocasión es una celebración doble, ya que fue precisamente en esa galería donde expuso por primera vez su obra al público. Arévalo realizó sus estudios universitarios en la Escuela de Artes Plásticas. El profesor José Luis López Escarré fue uno de los principales maestros que lo impulsaron a mostrar su trabajo.
Su pasión por el grabado inició de manera autodidacta. Luego de comprar unas gubias y algunas maderas exploró el grabado. Tallar la madera, hundir la gubia, mezclar colores e imprimir lo convenció que su camino no era lo pictórico.
Con los profesores Rudy Espinoza y Rolando Garita, en esa época ya experimentados grabadores, aprendió los secretos de la técnica y el color. Lo demás es una historia que sigue sumando. Arévalo continúa profundizando en el grabado, traduciendo su investigación en obras que reflejan a un artista que no le teme a la experimentación.
Si bien la exposición excluyó algunos de sus temas, para él es solo una selección no exhaustiva con la que quiere mostrar al público su evolución. El cambio ha sido su constante, creo que uno como artista no tiene que quedarse anclado en un solo tema, dijo Arévalo.
El oficio de grabador implica mucho trabajo, sobre todo si el artista se aventura a explotar el color con todas sus posibilidades. Y precisamente en el trabajo realizado por Arévalo a lo largo de estos 25 años es claro que irrumpió en la plástica con el claro objetivo de dar un paso adelante en la xilografía costarricense.
Con tímidos inicios, pero siempre osado en el uso del color, al asomarse el siglo XXI Hernán Arévalo se dejó de remilgos y se dejó arrastrar por sus apasionadas cromoxilografías, incluso usando colores puros. Sus rodillos entintados son una extensión de las emociones, pero dicha intensidad contrasta con la personalidad de Arévalo, que atesora los silencios, mientras reflexiona cada respuesta.
En términos investigativos, cada grabado es una sílaba, y el gran conjunto, que ya suma más de 300, conforman el pensamiento del artista sobre la humanidad a partir de un discurso simbólico sincrético.
Arévalo afirma que le gusta el contraste entre el hombre y el animal, y reflejar esa lucha occidental por dominar y transformar la naturaleza. Por eso, en sus grabados los animales tienen un lugar privilegiado y poderoso sobre la humanidad.
Los gallos, los toros, los caballos, los peces y otros más, son las figuras a partir de las cuales Arévalo construye su discurso. Estas imágenes que se erigen como seres míticos son la excusa del artista para expresarnos sus creencias y crear su propio lenguaje plástico. Con irreverencia, Arévalo se apropia de la simbología judeocristiana para aderezar con humor y criticidad su pensamiento. Cristos más humanizados, más cercanos al ciudadano común, e incluso diablos puestos en apuros, son parte de la interpretación arevaliana.
Hoy, quien se ha constituido en uno de los maestros del grabado contemporáneo regresó a las aulas, a concluir sus estudios formales, los que había abandonado por su intenso trabajo artístico de los últimos años. Entre clases de pintura, su trabajo en el taller y su familia, el tiempo de Arévalo está lleno de inquietudes.
Ahora, como parte de esa evolución que defiende el artista, ya grabó “El último Quijote”, ya no habrán más Quijotes en su gran inventario. Ahora, retomará los grandes formatos en los que mostrará una serie de altares y seguirá con los boxeadores, uno de los temas de reciente aparición.
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