Que si su hijo es hiperactivo entonces tiene déficit atencional, que el déficit de atención es una enfermedad y que solo se cura con medicación.
Estos criterios forman parte del diagnóstico que con mucha frecuencia realizan profesionales de Psiquiatría y de Psicología a niños y niñas con hiperactividad y que presentan problemas académicos.
Desde 1902 se describió el déficit de atención, pero fue en 1994 cuando se establecieron los criterios de diagnóstico en la Asociación Estadounidense de Psicología (APA, por sus siglas en inglés).
El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es el tema de investigación de Eduardo Bolaños, estudiante de la Escuela de Psicología de la Universidad de Costa Rica (UCR), para optar al grado de licenciatura.
Bolaños presentó la ponencia Psicofármacos, escuela e infancia. Discursos y experiencias de niños y niñas diagnosticadas con hiperactividad, durante las jornadas Nuevas Voces de las Ciencias Sociales, organizadas por el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UCR.
Con su trabajo pretende analizar los discursos médicos y psiquiátricos en torno al déficit atencional. “Quiero analizar cómo esto se traduce en la vida de los niños y las niñas, de los padres y los docentes”, aseguró.
El investigador comentó que también le interesa indagar sobre cuáles son las explicaciones que reciben ellos acerca del déficit atencional, de qué manera les trasmiten esta información, qué opinión e información tienen y cuál ha sido la vivencia y las consecuencias de estos diagnósticos.
En relación con los niños diagnosticados, le interesa conocer qué piensan ellos de la escuela y del medicamento que deben tomar.
Bolaños aseguró que el déficit atencional se viene diagnosticando en diversos países, incluido Costa Rica, a pesar de que no hay suficientes evidencias científicas ni rigurosidad en los criterios de diagnóstico.
“No existen estudios epidemiológicos ni pruebas neurológicas, como sí ocurre con el Síndrome de Asperger. En el déficit atencional todo queda en la subjetividad de quien está observando al niño y de quien hace los diagnósticos”, enfatizó.
Explicó que según algunas teorías, ciertos comportamientos humanos son abordados como enfermedades y tratados con medicamentos, como una forma de control social con el fin de que se adapten a las necesidades de la sociedad.
En Estados Unidos y Canadá, que es en donde más se diagnostica, se calcula que entre uno o dos de cada diez niños tienen déficit atencional.
Asimismo, el manual utilizado para el diagnóstico establece que la característica esencial del trastorno es un patrón persistente de desatención e hiperactividad de los niños, y que generalmente los síntomas empeoran en situaciones que exigen un esfuerzo mental o atención sostenidos, o en actividades que carecen de atractivo o novedad para los niños, como la escuela, detalló Bolaños.
“El manual mismo afirma que la escuela, los maestros y las tareas tal vez no son interesantes para los niños y dice que ellos no presentan estas conductas si son vigilados o hay alguna recompensa”, señaló el investigador.
Los criterios que se utilizan para diagnosticar el déficit atencional son 18, pero si un niño presenta siete, es posible que presente este trastorno. Entre estos citó: “a menudo habla en exceso, a menudo está en marcha o suele actuar como si tuviera un motor, a menudo mueve en exceso manos o pies, se levanta cuando se espera que esté sentado”.
Bolaños afirmó que en los casos estudiados por él hasta el momento, los niños fueron diagnosticados y se les prescribió la medicación en la primera sesión con el especialista, lo que permite preguntarse si que hay “una reducción biológica, una hegemonía de la racionalidad psiquiátrica y una sobremedicación”.
Entre tanto, los niños están quedando al margen y son muy pocos los estudios que los toma en cuenta y en los que ellos son participantes activos, aseveró.
Por lo general, el déficit se trata con metilfenidato, un medicamento psicoestimulante que los niños y niñas toman para ir a la escuela.
Esta pastilla ha sido objeto de cuestionamientos y controversias, especialmente por sus efectos secundarios, como náuseas, mareos e insomnio, y a que es un estimulante con una estructura similar al grupo de las anfetaminas y sus efectos cerebrales son similares a los que produce la cocaína.
En Estados Unidos es considerado un medicamento peligroso y en Costa Rica solo se prescribe mediante receta verde, que se utiliza para los psicotrópicos.
“Es un medicamento que optimiza las funciones cognitivas, cualquier persona que la tome va a tener mayor concentración”, dijo Bolaños, quien explicó que la eficacia de la pastilla, que consiste en que el niño se concentre y esté quieto, es lo que se conoce como efecto zombie: suprime la espontaneidad, el movimiento y la creatividad.
En Costa Rica, aunque no hay cifras oficiales, se cuenta con algunos datos que indican que la prescripción ha aumentado.